Muy buenas noches, gente. Acá, en Mundo LuMaru, a veces todo no es tan colorido como lo pinta, y hoy vamos a teñir nuestro blog de un dulce blanco y negro. No por melancolía, sino por añoro. Añoro de un sueño en otra realidad de sueños que no alcanzamos ni pensamos que podríamos, sin embargo soñamos. Hoy me voy a tomar la libertad de ponerle poesía y tango a una noche de brumas y neblinas. Solo te pido una cosa: tratá de no estar solo/sola esta noche.
Comenzamos.
Todo a
nuestro alrededor es la realidad de nuestra mente, una guerra doble con la que
lidiamos para subsistir en un mundo al que no estamos muy seguros de cómo
llegamos y tampoco de cómo partiremos. Pelearla solos es una opción, pero
entonces le estamos diciendo a nuestra mente que la única realidad verdadera
está integrada por una sola persona: “nosotros”.
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Solo. Desprotegido. |
Si bien
esa realidad está limitada por nuestras decisiones, también la guerra doble
está dibujada por nuestros errores. Son dos guerras: interna y externa. Un
ejército nunca se compone de un solo soldado, por lo que, a veces, salir a
hacer la guerra solo acaba en derrota. Necesitamos aliados, hermanos de batalla
y compañeros de copas en un mundo de espadas; gente que nos levante cuando
estamos inconscientes, personas dispuestas a ser crucificadas a balazos
mientras nos protegen y nos curan las heridas. A veces, y por querer apuntar al
enemigo, disparamos mal, disparamos a esta persona y quizá la herida sea
profunda. Y sangre. Pero quizá esa persona también tiene mala puntería, y desea
que, si un día nos disparara sin querer, aun así nosotros no la abandonemos.
Pensá
que, si lo hacemos, la estaríamos dejando a su suerte en una guerra ajena y en
las mismas condiciones en que nos encontrábamos peleando sin contar con apoyo.
Pensá
que sonreírte a vos mismo para festejar la victoria no te gustaría tanto como
tener a alguien a quien sonreír.
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El camino es muy largo... como para viajar solo. |
Pensá
que lo único que hizo esa persona toda su vida, y lo que menos quiere volver a
hacer, es hartarse de sonreírle a nadie porque no había nadie a quien sonreir.
Quizá se
trata de una carrera por hacer tu vida mientras tu mente piensa en la vida de
tus allegados y se involucra. A veces, contar con otros es una mierda porque no
paran de “dispararte por accidente”, o simplemente porque apuntan a enemigos
muy diferentes a los tuyos: por eso batallás en soledad. Pero por ahí, si
revisás bien entre los cuerpos que creés muertos, encuentres a alguien con
vida, le cures todas las heridas y te acompañe a pelear juntos.
Vidas separadas, juego de sombras. |
¿Qué por
qué esa persona estaba herida antes de encontrarla? Todos tenemos una guerra
doble, no sos la única persona luchando. Y tal vez esa persona fue malherida en
su propia guerra, pero ahora cuenta con vos para sanar y combatir hombro a
hombro.
A veces,
salir ileso es imposible. La victoria cuesta, y, a veces, cuesta mucho. Siempre
vas a encontrar motivos para dejar de pelear, por eso pelear solo está mal:
porque siempre vas a necesitar a alguien que te diga que aún te queda una razón
para no tirar la toalla y aguantar otra ronda en el cuadrilátero. A veces uno
prefiere morir victorioso que vivir derrotado. Los ermitaños de la guerra
ansían la derrota para no tener que pelear más, para no tener que sufrir más,
para no tener que morir más. Pero no se dan cuenta que se clavan la misma
espina una y otra vez sobre la piel hasta que no hay más sangre que escurrir
por los huecos. No se dan cuenta que, quizá, existe al menos una persona en el
mundo que sangra al verlos sangrar, sufre al verlos sufrir y muere al verlos
morir.
Dos
espadas juntas hacen magia, pero una espada y un escudo hacen un milagro. Uno
para pelear, el otro para aguantar golpes. Y luego cambian de mano un rato. Así
se ha de pelear.
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